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Escritor francés (Manosque 1895 – id. 1970).
Giono, que nació, vivió y murió en un pequeño pueblo de la Alta Provenza, es hijo de un zapatero y un planchador: para ayudar a sus padres, tuvo que dejar la escuela secundaria y convertirse en empleado bancario. Su apetito por la cultura será, pues, en parte el resultado de un autodidacta. No es casualidad que su primera obra importante, Nacimiento de la odisea (1930), reinventa a un Ulises prisionero de las aventuras que él mismo se ha inventado y, por tanto, un modelo de omnipotencia de la narración.
Giono ha conservado de sus tres años de Primera Guerra Mundial el horror de las matanzas, cuya visión alucinada se alterna en el gran rebaño (1931) con pinturas de los campos y su fuerza vital incontenible. Esta dualidad se encuentra en todos los ensayos (la serpiente estelar 1933; Verdaderas riquezas, 1936; Rechazo de la obediencia 1937; el peso del cielo, 1938), donde los sesgos del pacifista se entremezclan con la lírica apología de la comunión con el universo y la grandeza campesina. Como resultado, Giono se ha convertido durante generaciones en el supuestamente ingenuo profeta de la no violencia y el regreso a la tierra.
Habría bastado leer atentamente sus novelas de la época para ver que él fue, desde el principio, también el revelador de una Provenza trágica: el universo se abre al hombre sólo a costa de un difícil viaje iniciático simbolizado por el surgimiento de el río y la entrada a la bestialidad del Pays Rebeillard (la Canción del Mundo, 1934). sí Esa sigue siendo mi alegría (1935) y Batallas en las montañas (1937) son canciones de hermandad, ¿cómo olvidar que estas novelas terminan con la derrota del héroe? sí Recuperar (1930), después Cerro (1929) y Uno de Baumugnes (1929), concluye “el ciclo de Pan” con una nota optimista, es después de haber mostrado un pueblo reconquistado por una naturaleza inhumana y su último habitante hundiéndose en el salvajismo. Dentro Jean el azul (1932), el sentimiento de pánico es tanto terror como disfrute del Todo. La calidez de las narraciones y los diálogos es, por tanto, engañosa: la obra está lejos de los espejismos del idilio.
En 1935, Giono llevó a un grupo de seguidores a Contadour, un pueblo perdido de la Alta Provenza, donde las reuniones se repetirían hasta 1939. Movilizado, fue arrestado por sus posiciones pacifistas. Será nuevamente encarcelado en la Liberación por haber publicado Dos jinetes de tormenta en un semanario de Vichy; y esto, a pesar de la eficaz asistencia que brindó a las víctimas del nazismo ya los combatientes de la resistencia. Para Giono, todo cuenta en esta aventura: su cambio de rumbo y la doble persecución que sufrió. Pierde la confianza en el hombre, su mundo se oscurece, su escritura cambia. Sin embargo, este desarrollo no se reduce a estas circunstancias. Ya, Dos jinetes de tormenta, escrito casi en su totalidad entre 1937 y 1942, retoma el tema de la hermandad viril, pero lo convierte en asesinato; la voluntad de poder hace que el hermano mayor mate a su amado hermano menor. En cuanto a la naturaleza, solo proporciona una solución al mal de vivir con la condición de exhibir los monstruos submarinos de Fragmentos de un paraíso (escrito en 1944), en contrapunto al antiguo ideal de Virgilio o los palacios de la Atlántida (escrito a finales de 1943 – principios de 1944, reeditado en 2001). A partir de entonces, solo un refugio: la imaginación. A través Saludar a Melville (1941) y las dos piezas de este período (la mujer del panadero, el viaje en carruaje), Giono ofrece una venganza irónica y triunfante a Don Quijote: así como este último había encontrado su felicidad en las novelas de caballería, así el autor de Moby dick seduce a Adelina White, el panadero recupera a Aurélie y Julio lleva su Fulvia más allá de la tumba, sonriendo y consintiendo.
Volviendo a Marsella, luego a Manosque, Giono vuelve a instalarse allí y no se mueve, y es la gloria la que lo encontrará allí: de 1945 a 1957, su inspiración sufre una profunda renovación, que juega en dos mesas. Imagina un héroe según su corazón, un exiliado político de la década de 1830, sujeto de todo un ciclo que a veces seguirá al Húsar en sus aventuras (Angelo, [1945;el Húsar en el techo, 1951; Felicidad loca 1957), a veces debe arrojar al lector por completo xxmi s. entre los descendientes de Angelo (Muerte de un personaje, 1949). Este personaje stendhaliano, listo para todas las oleadas, todos los desafíos de un Fabrice del Dongo, es el corazón de un torbellino narrativo que lo envuelve en un aliento épico. Sin embargo, si hay una epopeya, es la epopeya del miasma y la purulencia, también la del desencanto, la que germina tramas legitimistas basadas en el bandolerismo, la ignominia que revela la epidemia, el maquiavelismo de los liberales del Risorgimento; y, cuando Angelo quiere volverse hacia Pauline, es demasiado tarde. El “ciclo de los húsares” une, por tanto, entusiasmo y amargura.
La otra parte del díptico son las “Crónicas”, género entonces creado por Giono, pero cuya crueldad con el puñetazo ya se adivinaba en algunos de los cuentos recogidos en Soledad de la piedad (1930) y en Agua viva (1943). Un rey sin entretenimiento (1947), de acuerdo con su título pascaliano, ofrece, de manera central esta vez, la miseria radical del aburrimiento, al que sólo la sangre puede traer la más desesperada de las diversiones. Dentro los grandes caminos (1951), el remedio es el del juego y el engaño más peligroso. En cuanto al Molino de viento en Polonia (1952), la implacabilidad del destino contra una familia enmascara de hecho el gusto por la autodestrucción. Todos estos motivos desilusionados conforman el mundo negro del Giono de posguerra, mientras que a nivel técnico la característica de sus crónicas es crear casi instantáneamente una narrativa a puerta cerrada; todo surge y vive intensamente en unas cincuenta páginas, al final de las cuales la aventura es ejemplar y el misterio intacto. Esta eficacia se convierte en virtuosismo cuando, dejando brevedad, Giono da a elegir entre las versiones incompatibles del drama de las dos heroínas de la Almas fuertes (1949). Que su espíritu creativo sea capaz, diez veces seguidas, de iniciar una historia que dé lugar a la ilusión y luego derribarla repentinamente, como lo hace en Noé (1947), una verdadera novela del novelista, celebra los poderes de la salvación a través de la creación.
Entre sus últimos proyectos de crónica, Giono está completando dos, Ennemonde (1968), donde florecen la voluntad de poder y la felicidad en el crimen, y el iris de susa (1970), que había pensado llamar La invención del cero : vemos a un mafioso convertido en un amor gratuito y sin respuesta, lo más cercano a esta llamada de la nada, que, al final, se revela, con fervor e ironía, la más feliz de las tentaciones. Cuando Giono regrese al teatro, por radio, con Domiciano (1959), siempre se trata de aniquilarse, en la muerte. Cuando se lanza al cine, Creso (1960) ilustra, a su manera, la invención del cero y la feliz pérdida de millones engañosos. Finalmente, cuando comienza a contar el desastre de Pavía (1963) es capturar el momento histórico en el que se abolió el espíritu caballeresco, es decir, el reino de lo imaginario.
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