Atentados terroristas lanzados contra Estados Unidos y cuya responsabilidad se atribuye al empresario de origen saudí Osama Bin Laden así como a su red terrorista islamista, al-Qaeda.
Secuestrados por comandos suicidas, dos aviones estadounidenses se estrellaron contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, otro contra el Pentágono en Washington y un cuarto en Pensilvania, causando un total de casi 3.000 víctimas. Estos ataques, por la magnitud inigualable de las pérdidas humanas y materiales causadas, constituyen el ataque más cruento de la historia y, con Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), una de las más graves agresiones perpetradas contra el territorio de los Estados Unidos desde la nacimiento de este país. Vividas en tiempo real por cientos de millones de espectadores en todo el mundo, provocan una gran emoción y suscitan numerosas condenas.
Consecuencias considerables
Fuera de lo común, los atentados del 11 de septiembre conllevan, además del impresionante número de víctimas humanas, múltiples consecuencias. Acreditan la visión maniquea del mundo de los neoconservadores estadounidenses entonces en el poder y refuerzan su tesis de que corresponde a Estados Unidos, como «guerreros del bien», cambiar la situación e imponer la democracia a los «estados canallas». Bajo esta retórica, Estados Unidos se precipita hacia una «guerra contra el terrorismo», con consecuencias desastrosas. El Presidente G. W. Bush, apoyado por su Administración (Dick Cheney, Vicepresidente, Donald Rumsfeld, Ministro de Defensa, Condoleeza Rice, Consejera de Seguridad Nacional), decide enjuiciar a los presuntos autores de los atentados en sus bases afganas. Sin embargo, el fracaso estadounidense en la captura, vivo o muerto, de Osama bin Laden allana el camino para una década de cacerías y dos largas guerras, tan mortales como costosas, en Afganistán e Irak.
Posteriormente, la inanidad de las razones invocadas -conocimiento entre Saddam Husayn y al-Qaeda, la presencia de armas de destrucción masiva en Irak- a lo que se suma la revelación de la existencia de prisiones secretas de la CIA a los extranjeros y el uso de la tortura en las de Guantánamo o Abu Ghraib, completan el empañamiento de la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe-musulmán.
Además, el arsenal de medidas legislativas adoptadas a raíz de los ataques (Ley Patriota, Ley de Seguridad Nacional, etc.) y la invención de nuevos conceptos jurídicos como el de «combatiente enemigo ilegal» suscitó la desaprobación de organizaciones de derechos humanos, círculos jurídicos y parte de la opinión pública estadounidense, que los considera liberticidas.
Los ataques del 11 de septiembre, que provocaron una fuerte desaceleración económica al otro lado del Atlántico, también afectaron a todos los mercados mundiales.
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