Ciudad-estado – Geografía –

A ciudades-estado eran una forma de organización política y social que formaba parte del mundo antiguo. A partir del siglo VIII a.C., las experiencias de la polis comenzaron a extenderse por las regiones mediterráneas. Así, la vida en una comunidad se organizó en torno a un centro urbano. Aunque había diferentes polis, tenían formas similares de organización social, lo que trajo una cierta integración a la región. Hay que recordar que en esta época el mar Mediterráneo ya estaba conectado y desde él se producían muchos intercambios comerciales y, por tanto, culturales. En este sentido, diferentes grupos y comunidades intercambiaron conocimientos y formas de vida.

Lo que se presentó de manera diferente en el fenómeno de las ciudades-estado fue la concentración de la riqueza, sobre todo basada en la propiedad privada. Así, la sociedad se dividió en grupos sociales, a saber: aristocracias, comerciantes, campesinos y artesanos. En este escenario, es claro que el punto central para entender la formación de la sociedad en este tipo de experiencias fue la propiedad de la tierra y la división del trabajo, lo que generó una interdependencia entre los individuos que vivían en ella. Las ciudades-estado se basaron en la tierra, las relaciones laborales y el comercio, y se fomentó la propiedad privada. Las aristocracias dominaban la tierra y, por tanto, concentraban la riqueza y el poder. El grupo de artesanos, por ejemplo, creció considerablemente no solo por el dominio y mejoramiento de las producciones de hierro, sino también por la división de las etapas del trabajo artesanal. A través de la producción artesanal, el campesinado comenzó a tener acceso a armas de guerra, y esta relación nos hace darnos cuenta de la interdependencia entre grupos sociales.

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Uno de los puntos más destacados de una ciudad-estado era el templo. Este tipo de construcción se basó en modelos orientales, especialmente egipcios. Pero en este caso, los templos representaban a un dios y un dios representaba una ciudad-estado. Así, la polis era el hogar de un dios que representaba no solo a una aristocracia, sino a toda la ciudad.

La estrategia de trazar una relación entre creencia y ciudad fue fundamental para establecer el sentimiento de pertenencia a un lugar, a una polis. Por lo tanto, los templos también promovieron una identidad local, haciendo que sus habitantes se sintieran parte de una comunidad. Además, los templos no fueron construidos por movimientos personales. Fueron obras colectivas y consiguieron movilizar a un gran número de personas.

Los habitantes de la polis creían que los dioses dejaban algunas señales de su presencia en los edificios. Los gobernantes utilizaron esta creencia para justificar su propio poder. El historiador Richard Sennett en su libro Carne y Piedra (2001) estudia diferentes experiencias urbanas a lo largo del tiempo. Para él, los templos con sus imágenes y su forma circular se pueden interpretar como una forma de control poblacional: era necesario mirar (y desde la mirada, interpretar), creer en esos códigos y luego obedecer las condiciones allí puestas.

Para que las ciudades-estado fueran posibles, era necesario mucho intercambio con otras sociedades. Estaba el dominio del cálculo matemático, que se inició en Egipto y Mesopotamia, para que las construcciones monumentales -y que destacaran en el paisaje urbano- pudieran materializarse. La polis, además de una forma de organización y división social, impulsó una nueva experiencia: la creación de espacios públicos, como el ágora griega es el foro Romano, transformando la forma de vida en sociedad.

Actualmente, el Vaticano, Singapur y Mónaco pueden considerarse ciudades-estado.

Referencias:

GUARINELLO, Norberto. Historia antigua. São Paulo: Contexto, 2013.

SENNETT, Richard. Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Río de Janeiro: Record, 2001.

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