cultura –

Conocimiento en un campo en particular.

FILOSOFÍA

Es común oponer la cultura a la naturaleza. De hecho, esta es una distinción conveniente y, en algunos aspectos, útil. Naturaleza (del latín nascor, “Nacer”) indica lo que existe de manera espontánea y original, independientemente de cualquier acción del hombre. Por el contrario, la cultura es el proceso de transformación de la naturaleza. La palabra se refiere en primer lugar al trabajo de la tierra por parte del campesino; luego, por extensión, a la formación del espíritu y al “culto” de los dioses.

Cultura distinta a la naturaleza

Cabe señalar que esta distinción es en sí misma “cultural”: supone la representación de un estado originario, anterior a la aparición del hombre y sus operaciones de transformación. Une telle idée, déjà présente chez quelques penseurs de l’Antiquité – certains cyniques et sophistes –, se développe après la découverte du Nouveau Monde, à l’époque de la Renaissance : la rencontre du « bon sauvage » conduit à repenser la valeur de la cultura. En sus Ensayos, Montaigne muestra que el “caníbal” que visita la corte da testimonio de un sentido de equidad y justicia muy superior al de los franceses: el salvaje, el hombre de los bosques, de naturaleza virgen, es más puro y más cercano al origen. que el hombre civilizado. el xviiimi s. Sabrá hacer buen uso de esta distinción entre naturaleza y cultura, para exaltar a una u otra según los autores. La etnología contemporánea ha asumido esta oposición por cuenta propia.

Claude Lévi-Strauss lo tematiza claramente: “Supongamos, por tanto, que todo lo que es universal, en el hombre, forma parte del orden de la naturaleza y se caracteriza por la espontaneidad, que todo lo que está ligado a una norma pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y lo particular “(Estructuras elementales de parentesco, 1947). La prohibición del incesto está, pues, según sus análisis, en la articulación de la naturaleza y la cultura: constituye una regla que tiene el carácter de universalidad.

Cultura y culturas

Determinar la idea de cultura como opuesta a la de naturaleza equivale a caracterizar la cultura por su relatividad: todas las formas de domesticación efectiva o simbólica de la realidad cruda son culturales. Comer es un requisito natural, pero las formas sociales que adoptan las comidas son culturales. Por tanto, la cultura puede definirse como el conjunto de prácticas sociales instituidas, adquiridas y no innatas. La cultura, por tanto, no tiene un dominio particular: no concierne al dominio del arte más que al de la técnica, ni al dominio de la especulación intelectual que al de la acción más pragmática. Si designa las formas rituales, simbólicas y técnicas propias de una sociedad, no tiene unidad en cuanto a su contenido; por tanto, la palabra “cultura” debe utilizarse en plural.

Cada una de las culturas tiene su propia coherencia única. Marcel Mauss explicó, en su Ensayo de donación (1925), que las sociedades arcaicas se basan en intercambios complejos que no se refieren únicamente a bienes económicamente útiles. Un verdadero sistema de “beneficios totales” gobierna la lógica social. Siguiéndole, Lévi-Strauss se acercó, a través del análisis estructural, a cada cultura en su conjunto cuyas partes sólo pueden entenderse a través de sus relaciones recíprocas. Entonces, si cada cultura tiene su propia lógica, no es posible compararlas entre sí, y mucho menos establecer una como norma de todas las demás: por eso el “etnocentrismo” es absurdo e ilegítimo (Raza e Historia, 1952).

Realidad etnológica, la cultura es también realidad sociológica: cada categoría social se caracteriza por un cierto número de prácticas lúdicas y simbólicas, por referentes imaginarios comunes, que constituyen su identidad. Imitar los signos culturales de la categoría superior es una estrategia más o menos calculada de avance social (Pierre Bourdieu, la distinción, 1979).

La cultura como un logro de la naturaleza

La determinación de la cultura por su oposición a la naturaleza no es la única forma de entenderla. La naturaleza puede verse como un proceso autónomo y finalizado: el brote tiende naturalmente hacia la fruta. En esta medida, no se trata de un estado original sino de una dinámica que, para ser cumplida, puede requerir condiciones. El campesino ayuda a la planta a producir su fruto, el médico ayuda al cuerpo a recuperar la salud: el arte de ambos supone el movimiento espontáneo de la planta y del cuerpo hacia su finalidad; pero, a cambio, este movimiento supone el arte que lo lleva a su fin. Así, podemos decir, con Aristóteles, que la cultura, lejos de oponerse a la naturaleza, es la condición para su realización. (Ética a Nicomaque).

Esta concepción implica consecuencias muy diferentes a las del esquema que opone cultura y naturaleza. Si, de hecho, la cultura ayuda a la naturaleza, debemos afirmar que la naturaleza es como la norma de la cultura: cultivarse para un hombre equivale a desplegar su propia esencia, a “convertirse en lo que es”, según la fórmula del poeta griego. Píndaro. Ya no es posible, en esta concepción, utilizar la palabra en plural: no hay, para un hombre, un número infinito de formas de hacerse más humano. La cultura es el ideal del humanismo, que tiene como objetivo la adquisición de un conocimiento completo y ordenado.

Se llamará “hombre honesto” a aquel que es culto, que conoce las cosas por principios, que tiene una mente lo suficientemente bien formada para poder emitir un juicio crítico, que es considerado lo bastante para vivir de acuerdo con una verdadera sabiduría práctica. En este sentido, distinguiremos entre la cultura de la educación, que apunta a la adaptación social, y de la instrucción, que sienta las bases del conocimiento: supone y va más allá de estos dos tipos de formación en un proceso personal e infinito: asimilación ordenada.


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