Totalitarismo – Política –

El término totalitarismo comenzó a utilizarse a mediados del siglo XX para designar regímenes políticos extremadamente autoritarios, capaces de controlar no solo el poder del Estado, sino también todo el cuerpo social de una nación, incluyendo sus esferas privadas. A diferencia de otras tiranías del pasado, el totalitarismo tiene como característica única esta capacidad de penetrar en todo el tejido social, ejerciendo el poder en todas sus partes. Hay, en Sociología Política, una larga discusión sobre qué regímenes podrían considerarse efectivamente como totalitarios. Este debate tiene lugar principalmente a partir del trabajo de la filósofa alemana Hannah Arendt, quien publicó en 1951 el libro Los orígenes del totalitarismo. En él, Arendt habla del estalinismo y el nazismo como los dos grandes ejemplos de regímenes totalitarios. Tal aproximación entre los dos regímenes, que tienen sus especificidades históricas, es objeto de muchos desacuerdos. Sin embargo, veamos las características que se extraen como específicas de esta forma de ejercicio del poder llamada totalitarismo.

Es fundamental que los regímenes totalitarios se asienten en una ideología fuerte, que dé explicación a todo, que no abra brechas al cuestionamiento y que critique el estado de cosas, señalando los caminos para su transformación. Se trata de grandes narraciones capaces de explicar completamente la historia, prescindiendo de cualquier verificación o comparación con el mundo real. Esta forma de discurso autoritario justifica grandes atrocidades, como la persecución y eliminación de todo aquello que obstaculice la realización de su curso natural. Tales ideologías oficiales, función que cumple una peculiar interpretación del comunismo en el estalinismo y de la supremacía racial en el nazismo, deben establecerse en todos los aspectos de la existencia social, subordinándose no sólo a la prensa, la radio y el cine, sino también actividades aparentemente “apolíticas”. ”Como los deportes y la literatura. Todas las esferas deben ponerse al servicio de la propagación ideológica.

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Los regímenes totalitarios presentan un partido único que cuenta con el apoyo incondicional de las masas. Impulsado por la ideología del régimen, el partido único es la encarnación del propio Estado y ejerce su poder al azar, obedeciendo únicamente a sus propios criterios y sin respetar otras barreras morales o legales. Un partido así ejerce autoridad y exige a la población total fidelidad a sus principios. Para ejercer este dominio, el papel de la propaganda es fundamental en la misión de convencer a la población de que haga lo que sea necesario para defender y difundir la ideología oficial. Al frente de este partido único, siempre hay un gran líder, un dictador que será el único responsable de interpretar la ideología y sus aplicaciones de la manera que mejor le parezca.

Finalmente, el clima constante de terror es fundamental para el buen funcionamiento de un régimen totalitario. Los aparatos represivos militarizados juegan un papel central en el mantenimiento del orden. La presencia de la policía secreta, respaldada por tecnologías de espionaje avanzadas y, sobre todo, técnicas psicológicas sofisticadas, crea un clima en el que todos se sienten bajo vigilancia constante. La vigilancia a menudo la lleva a cabo la misma población civil que apoya al régimen, lo que hace que la disidencia en todos los grados sea extremadamente peligrosa. Para Hannah Arendt, quien, como judía, se vio directamente afectada por el nazismo, el totalitarismo no solo destruye la vida pública de una persona, sino que destruye su propia humanidad al controlar las esferas privadas. Para ella, estos regímenes tenían como objetivo transformar la propia naturaleza humana, creando seres absolutamente obedientes.

Bibliografía:
BOBBIO, Nobert. Diccionario de políticas. Brasilia: Editora UnB 11ed, 1998
06ARENDT, Hanna. Orígenes del totalitarismo. São Paulo: Companhia das Letras, 1989

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