Símbolo latino symbolum del signo griego sumbolon

(Latín symbolum, griego sumbolon, signo)

LITERATURA

El símbolo, a menos que se convierta en una alegoría, no se puede leer de inmediato y requiere comparación e interpretación. Fija así una doble cualidad del objeto literario: por un lado, una colección de figuras, por otro, un sistema hermenéutico, dividido en planos de interpretación. La obra se convierte en un recuerdo exacto de significado, posible debido a la ambivalencia. Justifica la discriminación de Aristóteles entre muthos y logos, porque escapa a la alternativa lógica del equívoco y la univocación, característica de la argumentación. El símbolo marcaría el reagrupamiento real del lenguaje, y asimilaría la práctica discursiva, según la observación de Humboldt, a una prosopopeya: todos los datos externos se convertirían en datos internos del sujeto, en la comunidad del lenguaje. La arbitrariedad del signo lingüístico no impide la cohesión precisa de la letra y el mundo.

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Esta cohesión puede ser extrema, como en la Edad Media y el trascendentalismo, y hacer de la literatura una palabra de Ser, aunque sujeta a procedimientos de codificación y significación. Aquí hay una paradoja: la palabra Ser supone, por la asociación de dos unidades del mismo nivel, un convencionalismo. Además, una literatura propiamente simbólica o simbolista es una literatura de reescritura y de topos, entregado a las pistas de significado que ella reelabora. El símbolo se ofrece como signo-objeto, recogido en la palabra y su juego, y capaz de hacer pasar en sí el movimiento de las cosas y del sentido según una ley. Fuera de esta ley, la obra puede apartarse del convencionalismo; exige una conciencia creativa originaria, trazada por el romanticismo alemán: conciencia totalizante y lectura constante en una actividad de propia afinidad, que, en verdad, arruina la simbolización estricta para entrar en una práctica generalizada de la metáfora, identificada con un modo de creación absoluta. Más notable ha sido el uso del símbolo por parte de los simbolistas, quienes, sin abandonar nunca el convencionalismo, lo pervirtieron en lo indecible mediante una práctica de connotación regulada. El símbolo, equívoco, oculta la ambigüedad de la empresa literaria que, explotando el lenguaje, revela el significado y, sin embargo, lo crea.

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