Tecnocracia – Política

Se entiende como tecnocracia un sistema social en el que el poder político y la gestión de la sociedad, en sus diversas vertientes, está en manos de especialistas, técnicos y científicos. La palabra comenzó a usarse en los círculos científicos durante la década de 1930 para abordar la creciente importancia que los químicos y físicos habían ido adquiriendo en el proceso de desarrollo social. Más adelante, el término también fue apropiado para designar el papel de otras categorías de expertos, incluidos ingenieros, economistas, científicos y militares, en las decisiones públicas y las instituciones políticas. En las Ciencias Sociales, el término tecnocracia es bastante ambiguo, adquiriendo diferentes interpretaciones y significados.

La idea de dejar la gestión de la sociedad en manos de los técnicos no es precisamente nueva. Desde Aristóteles hasta Francis Bacon, no faltan pensadores en la historia que simpatizaron con la idea de una civilización tecnocrática, políticamente basada en criterios de competencia. Lo que se discute es que los poderes políticos deben otorgarse a sectores puramente técnicos. Para algunos, la tecnocracia solo significa aumentar la influencia de los expertos, a través de su papel asesor activo. Es decir, los técnicos podrían interferir indirectamente en las decisiones políticas, asesorando a las instituciones públicas. En un sentido más radical, sin embargo, la tecnocracia se entiende como un régimen político en el que el poder se emancipa de sus configuraciones tradicionales, el Estado teóricamente se «despolitiza» y las decisiones sociales quedan en manos de «expertos». En este sistema social, las deliberaciones que conciernen a la comunidad, se alejan de los debates políticos sobre lo que es correcto o justo y comienzan a ser el resultado de cálculos y predicciones científicas. El problema con esta idea radica en el mito de que el conocimiento tecnocientífico es necesariamente neutral o está desprovisto de intereses políticos y valores morales.

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Aunque la referencia a las ideas tecnocráticas no es necesariamente moderna, es sin duda el advenimiento de la modernidad y la industrialización lo que fortalece esta abstracción teórica. El comienzo de la era moderna está marcado por el desarrollo acelerado de tecnologías de producción y una rápida evolución del conocimiento científico. Nunca antes el ser humano había alcanzado un poder tan grande de dominio y control de la naturaleza, que resultó en un proyecto de progreso basado en una expansión irreversible e ilimitada. Este ritmo de producción único construyó la mentalidad del hombre moderno, provocando cierto deslumbramiento con la tecnología, que se convirtió en la promesa de una vida mejor, más abundante y con menos sufrimiento. Sin embargo, el siglo XX reveló el lado más siniestro de la ciencia. Las guerras mundiales fueron una prueba de que el gran desarrollo técnico no bastaba para resolver los conflictos y que la tecnología más avanzada podía utilizarse para provocar grandes tragedias, genocidios y devastaciones.

El proyecto civilizador basado en el progreso científico también mostró algunos efectos secundarios que no cobraron mucha visibilidad hasta las últimas décadas. La degradación del medio ambiente, con todas sus consecuencias que ya hemos sentido, es el síntoma más claro de este proyecto. La masacre de las culturas tradicionales y la mentalidad consumista dominante también son consecuencias de este proyecto. La reciente aparición de problemas sociales que requieren conocimientos técnicos precisos, como el calentamiento global y las nuevas epidemias, nos hace sentir impotentes ante la falta de conocimientos técnicos. Sin embargo, hay que recordar que una gestión puramente tecnocrática de los asuntos públicos, por sí sola, no garantiza un rumbo optimista para el planeta.

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