Actor francés (París 1951).
Desde sus primeros papeles en el cine, donde su actuación a menudo ha sido considerada excesiva, hasta sus espectáculos teatrales en solitario donde dice grandes textos con magnífica sobriedad y sensibilidad, este actor dotado de un talento loco es un auténtico fenómeno. Con su aspecto frágil, su tez pálida y sus ojos muy abiertos que le dan un aire de perpetuo asombro, Fabrice Luchini se ha convertido en uno de los actores favoritos del público francés.
Ex peluquero apasionado por la literatura, rodó su primera película con Philippe Labro (Todo puede pasar, 1969), en la que tiene una presencia innegable. Luego pasa a interpretar papeles, donde muestra un talento cómico que se debe en gran parte a su rostro muy expresivo: Claire’s Knee (1970), de Éric Rohmer – quien también lo dirigirá en Perceval le Gallois (1978), Las noches de la luna llena (1984), Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle (1986) y El árbol, el alcalde y la mediateca (1993) -; Cuentos inmorales (1974) de Walerian Borowcyk, Consejo de familia (1985), de Costa-Gavras; Max mon amour (1986), de Nagisa Oshima; el color del viento (1988), de Pierre Granier-Deferre; Urano (1990), de Claude Berri.
En 1991, su papel de intelectual cruel y manipulador en el discreto, de Christian Vincent, le trae la consagración. Más mesurado que de costumbre, se mueve y seduce. En 1992, se entrega Nada en absoluto, de Cédric Klapisch. Si, en ¡Todo eso por esto! (1993), de Claude Lelouch, redescubre su brío cómico, en Colonel Chabert (1994), de Yves Angelo, todavía demuestra que puede ser de una sobriedad ejemplar. Dentro Año de Julieta (1994), de Philippe Le Guay, escribe maravillosamente y se deja llevar por sus propias mentiras. Dentro Beaumarchais el insolente (1996), de Édouard Molinaro, donde interpreta el papel principal cuyo adjetivo le queda como un guante, el actor impresiona por su sutileza y precisión. Ese mismo año, le dio sin miedo la respuesta a Bernard Tapie en Hommes, femmes: mode Emploi, de Claude Lelouch. En 1997, se entrega el jorobado, de Philippe de Broca; en 1998, estuvo en De memoria, por Benoît Jacquot, y, en 1999, fue casi «borrado» en Nada sobre Robert, de Pascal Bonitzer, frente a Sandrine Kiberlain: es “suave, pero no vacío, no aburrido, discreto, pero siempre agitado”. Luego lo vemos en Confidences trop intimes (Patrice Leconte, 2004), junto a Sandrine Bonnaire, en Jean Philippe (Laurent Tuel, 2006), con Johnny Halliday, y, en 2008, en París, por Cédric Klapisch y la chica de mónaco, de Anne Fontaine.
Si le gusta el cine, Luchini parece disfrutar aún más leyendo a Baudelaire, Nietzsche, Céline o La Fontaine, Flaubert, sus autores favoritos. Desde hace varios años, actúa solo en el escenario para compartir su pasión por las palabras. El éxito de estas sabrosas lecturas es inmenso. Magnífico en el arte de tocar silencios y ritmos, Luchini es un narrador formidable, junto con un improvisador nato y lleno de espíritu. En cada espectáculo, se lanza a brillantes apartes frente a una audiencia cautivada.