Xeromorfia – plantas xeromorfas – Biología

En ecología, el término utilizado para designar especies de plantas adaptadas a condiciones áridas (desérticas) y semiáridas es el xeromorfia (La palabra, de origen griego, significa «forma seca»). O xeromorfismo también se puede observar fuera de los climas desérticos, ocurriendo en suelos con altas concentraciones de sales o en ambientes donde el acceso al agua es limitado.

A plantas xeromorfas tienen características típicas que les permiten diferenciarlas de otros grupos vegetales:

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  • sus hojas son de tamaño reducido, modificadas en otras estructuras (como espinas) o están completamente ausentes, lo que reduce la superficie foliar expuesta a la radiación solar y reduce la transpiración y la pérdida de agua;
  • en algunos casos, durante períodos de sequía extrema, las plantas xeromorfas pueden permanecer inactivas, interrumpiendo el crecimiento de las partes aéreas (tallos y hojas) y destinando sus recursos al crecimiento de las raíces;
  • sus estomas, generalmente pequeños, están adaptados para abrirse y cerrarse rápidamente, a menudo solo por la noche, y pueden estar confinados a cavidades crípticas en las hojas;
  • poseen tejidos especializados en almacenamiento de agua (parénquima acuífero), lo que les da un aspecto “carnoso” o “jugoso” y les permite almacenar grandes volúmenes de agua;
  • pueden tener resinas impermeabilizantes y ceras en la epidermis gruesa con función de retención de agua;
  • algunas especies tienen pelos que cubren la epidermis, lo que reduce el flujo de aire y reduce la acción del viento, reduciendo la tasa de evaporación;
  • a diferencia de otras plantas, sus tallos suelen ser clorofila, aumentando su área fotosintéticamente activa;
  • generalmente tienen raíces bien desarrolladas, lo que aumenta su eficiencia en la recolección de agua del suelo.

Las plantas xeromorfas se dan en desiertos, tanto en zonas cálidas (como el Sahara) como frías (como en la Patagonia), en sabanas, cerrado, caatinga, pantanos, alpes e incluso en ambientes de alta humedad como los bosques tropicales. Por lo tanto, su distribución geográfica es global, ocurriendo incluso en los ambientes ártico y antártico. Entre los ejemplos más comunes de estas plantas podemos mencionar los cactus (familia Cactaceae) y bromelias (familia bromeliáceas). Sin embargo, la xeromorfia surgió de forma independiente en muchas familias de plantas, y también ocurre entre las Fabaceae, Asparagáceas, Crasuláceas y otras.

Cactus en el desierto. Foto: JL Jahn / Shutterstock.com

Algunas de las plantas xeromorfas, especialmente las que viven en regiones muy cálidas y secas, tienen un metabolismo diferente al C3 y C4, que son predominantes en el reino vegetal. Este metabolismo especial se llama CAM (o metabolismo del ácido crasuláceo) y su característica principal es la inversión de los momentos del día en que la planta captura CO2. Este gas normalmente es captado por las plantas durante el día, siendo utilizado para la síntesis de azúcares a través de la energía lumínica absorbida por el sol. En las plantas CAM, el CO2 se absorbe por la noche y se retiene dentro de la célula en forma de ácido málico. Esto se debe a que la apertura de los estomas se produce por la noche, cuando la temperatura es más suave y no habrá grandes pérdidas de agua por transpiración. Durante el día, el ácido málico se convierte en malato y se transporta a los cloroplastos, donde el ciclo de Calvin utilizará esta molécula para producir los azúcares que nutrirán todos los tejidos vegetales.

Referencias:

Crawford, RMM y Balfour, J., 1983. Proporciones de sexo predominantemente femeninas y diferenciación fisiológica en sauces árticos. The Journal of Ecology, páginas 149-160.

Lyshede, OB, 1979. Características xeromórficas de tres asimilantes de tallo en relación con su ecología. Botanical Journal of the Linnean Society, 78 (2), págs. 85-98.

Rotondi, A., Rossi, F., Asunis, C. y Cesaraccio, C., 2003. Adaptaciones xeromorfas de hojas de algunas plantas de un ecosistema de macchia mediterráneo costero. Revista de Ecología Mediterránea, 4, pp.25-36.

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