Pianista y compositor de jazz estadounidense (Long Island, Nueva York, 1929-Nueva York 2018).
Siempre a la vanguardia de las vanguardias, creó un mundo sonoro torrencial y arremolinado favoreciendo la dimensión percusiva del teclado. Entre sus mejores grabaciones, podemos mencionar: Sangrar (1972), Aire por encima de las montañas (1976), Oscuro para ellos mismos (1976), En florescencia (1989).
Sería reduccionista clasificar a Cecil Taylor entre los músicos del free jazz, porque su música traspasa los límites de esta corriente de los años 1960-1970, inscribiéndose su planteamiento en la tradición afroamericana (Ellington, Monk, Tristano) como tanto como en el linaje de la música contemporánea europea (Schönberg, Bartók, Boulez) y tradicional (africana, amerindia).
Muy joven, aprendió piano y música clásica, se interesó por la percusión (intentó imitar al baterista Chick Webb), escuchó las grandes bandas de baile, descubrió a Fats Waller, los pianistas boogie-woogie y (¡revelación!) Duke Ellington; tomó cursos de arreglo y armonía, estudió obras de compositores contemporáneos, quedó impresionado por los pianistas Bud Powell, Lennie Tristano, Mary Lou Williams y Dave Brubeck, acompañó al trompetista Hot Lips Page y tocó en la orquesta de Johnny Hodges. Fue en 1953 cuando dirigió su primer grupo, actuó en Lugar cinco en Nueva York y en el Festival de Newport. A partir de 1960 se afirma como uno de los principales creadores de las vanguardias; comienza a trabajar con su más fiel colaborador, el saxofonista Jimmy Lyons, quien participará hasta su muerte en todas sus formaciones. En 1969, estuvo en el programa Nuits de la Fondation Maeght en Saint-Paul de Vence, colaboró con bailarines y coreógrafos, actuó con Max Roach (1979) y, en 1985, con el Art Ensemble of Chicago.
Ante todo organizador de sonido, Cecil Taylor construye su música al mismo tiempo que improvisa, con potencia y energía, dos objetivos principales. Se libera de las estructuras tradicionales, renuncia a cualquier uniformidad de tempo; martilla frenéticamente la extensión del teclado en una avalancha de notas o por el contrario destila el silencio con moderación, se deshace del tradicional par tensión-relajación, abriendo así nuevas perspectivas, planteando la cuestión de la conexión con el jazz. A través de la intensidad de su interpretación, crea un clima cercano al trance con acumulaciones, reiteraciones, explosiones provocadas por racimos o racimos de notas (racimos) jugado a una velocidad fenomenal. Sus conciertos suelen asimilarse a actuaciones físicas y gestuales, que sugieren una especie de danza sobre un teclado diabólico.