La importancia de la afectividad en la relación profesor-alumno

Resumen: La tarea de enseñar no puede reducirse a una mera acción mecánica en la que el profesor simplemente «vierte» sobre sus alumnos los conocimientos adquiridos a lo largo de los años. El proceso de enseñanza-aprendizaje es mucho más que eso, debe ser visto y visto como un proceso en el que el docente busca formar un ciudadano feliz y equilibrado, transmitiéndole no solo conocimientos científicos, sino también experiencias de vida, y todo esto con mucho cariño y cariño. Y por esta y otras razones se dice que para ser maestro primero debes tener vocación y amor por lo que haces.

Palabras clave: Educación – Enseñanza-Aprendizaje – Afecto – Vocación.

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Ilustración: stegworkz / Shutterstock.com

Introducción

El comienzo de la relación maestro-discípulo tuvo lugar en la Antigua Grecia. La palabra pedagogía proviene incluso del griego con la unión de dos palabras: payós (niño) y agogé (director). En esta época los agogés (esclavos de la época), llevaban a los hijos de sus amos a los maestros de enseñanza.

Actualmente, la pedagogía se puede definir como la ciencia de la enseñanza. Y el pedagogo, a su vez, es el maestro, el guía que lleva al alumno al proceso de aprendizaje.

Innumerables personas han escrito y siguen escribiendo sobre educación, o mejor dicho, sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje, un proceso que tiene lugar a través de la interacción entre profesor y alumno. Se han propuesto diferentes metodologías, pero ninguna de ellas es capaz de competir con la metodología del afecto.

La tarea de enseñar no puede reducirse a una mera acción mecánica en la que el profesor simplemente «vierte» sobre sus alumnos los conocimientos adquiridos a lo largo de los años. El proceso de enseñanza-aprendizaje es mucho más que eso, debe ser visto y visto como un proceso en el que el docente busca formar un ciudadano feliz y equilibrado, transmitiéndole no solo conocimientos científicos, sino también experiencias de vida, y todo esto con mucho cariño y amor, tratando a cada alumno tuyo no solo como un número más en tu cuaderno escolar, sino como un ser dotado de sentimientos, cualidades y limitaciones.

Desarrollo

Según el pedagogo francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), todo hombre nace bueno, es la sociedad la que lo corrompe. Todo el desarrollo de este artículo estará guiado por esta declaración.

Si un hombre nace bueno, dotado de amor, afecto y totalmente libre de maldad, ¿qué hace que los niños lleguen al preescolar atacando a sus compañeros y faltándole el respeto a sus maestros? Obviamente, esto se debe al ejemplo que reciben de su primera escuela. ¿Y qué escuela es esta? Su familia. Crece el número de familias desestructuradas, en las que las peleas, adicciones y separaciones siempre están presentes entre sus integrantes. En este contexto, el niño que crece en este entorno ciertamente se comportará en la escuela de manera similar a lo que observa en casa, que muchas veces ni siquiera se puede llamar hogar.

Ante esta realidad, ¿cuál es el papel del educador? ¿Simplemente dejar de «castigar» o «sacar del aula» a los estudiantes que maldecían y ofendían a sus compañeros? La respuesta es no. Corresponde al profesor ver más allá de las acciones y leer entre líneas lo que lleva al alumno a tener tal actitud. Y por esta y otras razones se dice que para ser maestro primero debes tener vocación y amor por lo que haces.

Es en este momento que es necesario el intercambio de afecto entre profesor y alumno. Aún sabiendo que el papel de valorar y asistir al niño es el de la familia, si no recibe este cuidado de su maestro, todo su trabajo de hacerle adquirir algún conocimiento será en vano.

Entonces, para el nuevo escenario de la educación mundial no hay más espacio para ese docente que se considera poseedor de todos y cada uno de los conocimientos y que llega al aula y simplemente “vierte” en los alumnos todo el conocimiento que cree tener, sin tener en cuenta la historia de cada alumno y los conocimientos que ya ha adquirido.

El proceso de enseñanza-aprendizaje hoy se reduce a un intercambio de conocimientos, entre profesor y alumno, e incluso entre los propios alumnos. En este sentido, se puede decir que actualmente el docente es un mediador del conocimiento y ya no el transmisor.

De esta forma, las clases no pueden reducirse a un simple monólogo del profesor a su “audiencia” de alumnos. El aula debe, por tanto, ser un lugar de diálogo entre profesor y alumno, ese diálogo realizado de la forma más cariñosa posible, es decir, lo que tiene que decir el alumno es tan importante como lo que dice el profesor. Este diálogo debe ser entonces un intercambio de conocimientos, información, afecto y amor.

Según Chalita (2001) «la familia es fundamental para que el niño gane confianza, se sienta valorado, se sienta asistido». Sin embargo, en muchos casos, debido a la falta de referencia que tiene el alumno en su familia, el profesor acaba ocupando este lugar. Si esto es correcto o no, no se cuestionará en este punto, lo que se sabe es que cuando al alumno le gusta su maestro, aprende más, es decir, el proceso de enseñanza-aprendizaje se vuelve más efectivo.

Ya se han realizado muchos estudios sobre este tema. También ocurre lo contrario, es decir, cuando el alumno no se identifica con el docente, no le interesa aprender, lo que dificulta el proceso educativo.

¿Y cómo se gana el profesor la confianza del alumno? Haciéndolo sentir importante, valorado y querido. En definitiva, cuando el profesor es cariñoso con él. Esta afectividad intercambiada entre profesor y alumno es de fundamental importancia en los primeros años del período escolar, es decir, en el jardín de infancia y la escuela primaria I.

Consideraciones finales

El proceso de enseñanza-aprendizaje solo será efectivo cuando exista un intercambio de conocimientos y afecto entre profesor y alumno. Independientemente de la situación familiar del alumno, el docente siempre debe buscar valorar, respetar y amar a cada uno de sus alumnos. Por eso, se dice que ser docente sí requiere una vocación.

Referencias

CHALITA, Gabriel. Educación: la solución está en el cariño

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