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La moral responde a la pregunta: ¿qué debo hacer? Como tal, se expresa a través de “deberes”, por lo tanto esencialmente enunciados normativos. Pero, ¿cómo distinguir la moralidad de otros tipos de enunciados normativos? ¿Cómo, por ejemplo, distinguir entre moral y derecho?
Las respuestas a estas preguntas esbozan, a lo largo de la historia de las ideas, diferentes concepciones de la moral. Los autores coinciden en afirmar que la moral es una regla de acción ordenada al bien, que el sujeto conoce y que se impone a sí mismo.
Las grandes teorías morales
La moral antigua: la felicidad como fin
El término “eudaemonismo”, que se utiliza para definir la moral cuyo fin es la felicidad o la tranquilidad, se puede aplicar a todas las morales antiguas, a pesar de algunas diferencias.
Aristóteles expone, en la Ética a Nicómaco, los principios de una moral directamente ligada al conocimiento de la naturaleza. Cada ser natural tiende a su propio fin, que para él es el cumplimiento de su esencia, es decir, su bien. El hombre que se convierte en acto en lo que es en potencia se pone en situación de ser feliz: sus aspiraciones se realizan en la contemplación de lo verdadero, lo bello, lo bueno.
El pensamiento escéptico accede, casi a su pesar, a una verdadera moralidad: el escéptico duda de todo tras el fracaso de la búsqueda de la verdad; la duda se le impone por la impotencia de la razón. Sin embargo, descubre en la duda la regla de vida más sabia: el que no decide sobre lo que le sucede ha entendido que no son los acontecimientos los que nos afligen, sino nuestro propio juicio.
El estoicismo piensa en el mundo como un solo ser, animado por una razón: la secuencia de eventos no es, por lo tanto, una cuestión de azar; el sabio comprende que es parte de ese todo, debe amar el destino y no erigirse en principio regulador de las cosas. La moral consiste esencialmente en cambiar la mirada: abstenerse y soportar para acceder a la ataraxia, que es la ausencia de molestias.
El epicureísmo toma prestado su fundamento teórico del atomismo: el hombre existe sólo mientras los átomos que lo constituyen están en relación; sólo el presente tiene una realidad para él, la muerte nunca será un objeto de experiencia. Es necesario, pues, practicar el vivir el presente y apreciar la parte relativa de placeres y dolores para obtener el placer por excelencia, el que procura el goce de la tranquilidad.
Moral racional: voluntad y razón como fundamentos
La crítica a la idea de naturaleza y el auge de la idea de sujeto conducen a pensar la moral de otra manera: la modernidad fundamenta la moral en las facultades del sujeto más que en la naturaleza o en un orden objetivo de las cosas.
Descartes establece reglas morales en la tercera parte del Discurso del método (1637), en el Tratado sobre pasiones del alma (1649) y en las cartas a Isabel de la década de 1640: la constante de estos textos es buscar el contentamiento a través de una disciplina de los deseos. Ahora bien, sólo la voluntad es un bien que poseo sin límite y que nunca me puede ser arrebatado: la regla moral fundamental consiste en hacerse dueño de la propia voluntad por la constancia. Descartes relee el estoicismo a la luz de su filosofía del sujeto y constituye una moral de autosoberanía.
Kant busca identificar la esencia pura de la moral (Fundamentos de la metafísica de la moral, 1785): los imperativos que rigen los medios con miras a un fin, sujetos a la hipótesis del fin («imperativos hipotéticos»), no son no morales en sentido estricto, sino que se refieren a las exigencias de la técnica o de la prudencia. La moralidad no manda sobre medios, sino sobre conductas que tienen su propio valor: ni medios para otra cosa, ni fin para mí, es un fin en sí mismo. La moralidad se expresa en un «imperativo categórico». No puede estar condicionado por el interés; no depende de las circunstancias históricas: es universal y necesario en sí mismo. Es, pues, independiente de la experiencia: no es del ser que se determina el deber-ser, sino de una exigencia absoluta de la razón. El respeto a la razón, en mí mismo y en cualquier otra persona, es por tanto el contenido esencial de la moral.
La moral cristiana: entre el eudemonismo y el desinterés
La moral cristiana descansa sobre la revelación del Decálogo a Moisés. Los diez mandamientos han sido entendidos por la tradición escolástica y, por extensión, católica, como una explicación de Dios de las condiciones por las cuales el hombre puede alcanzar la felicidad. La revelación sobrenatural tendría por objeto arrojar luz sobre la naturaleza del hombre: los análisis antiguos, y en particular los aristotélicos, pueden por tanto integrarse en el pensamiento cristiano.
La lectura protestante, en la mayoría de sus formas, ve en el Decálogo preceptos que deben cumplirse independientemente de la cuestión de la felicidad: el mandamiento vale por sí mismo en su pureza.
moralidad y sociedad
El desarrollo de la sociología tiene implicaciones para la concepción de la moralidad. A. Comte se esfuerza por mostrar, en el curso de filosofia positiva (1830-1842), que el individuo es una abstracción: todo lo que tiene le viene de la sociedad y, por extensión, de la humanidad. El hombre está constituido por el don; está en deuda con la humanidad. No tiene derechos, solo tiene deberes. La moralidad sólo puede definirse en relación con la sociedad: su palabra clave es altruismo.
M. Weber expone, en la profesión y la vocación de un político (1919), su concepción del poder y la relación entre ética y política. Hace así la distinción que se ha hecho famosa entre la ética de la responsabilidad, que regula la acción sobre la consideración de sus consecuencias, y la ética de la responsabilidad atenta al valor intrínseco del acto.
El utilitarismo de J. Bentham también asocia la moral con la sociedad. Rechazando cualquier absoluto, el pensamiento debe estar atento a la realidad empírica: el único fin verificable fuera de los debates ideológicos es el interés del individuo. El derecho, como la moral, debe apuntar a este fin a través de una sana apreciación de lo útil y lo dañino (Deontología o ciencia de la moral1834).
Dentro las dos fuentes de la moralidad y la religión (1932), Bergson distingue una moral cerrada, basada en preceptos abstractos que vinculan al individuo con la sociedad según una relación de interés casi instintiva, y una moral abierta, impulsada por el impulso vital, capaz de sacrificio porque es atraída hacia un fin encarnado: el ejemplo. del santo, sabio o héroe. Imitando el ejemplo, ella aspira al amor de toda la humanidad.
La creación de valores
En El Príncipe (publicado en 1532), Maquiavelo ya había pensado en una lógica de la acción liberada de la cuestión del bien y del mal en sí. El príncipe está más allá del bien y del mal: su objetivo es mantenerse en el poder y, para ello, mantener la cohesión del Estado prima sobre todo. Al inventar lo que luego se llamará “razón de estado”, concibe una acción que no es inmoral (no se complace en transgredir), sino amoral.
Nietzsche se destacó en la crítica de la moralidad como máscara de la impotencia (Genealogía de la moral, 1887). Rechazando toda estrategia de culpa, afirma el valor de la vida que asume su fuerza creadora. Estar situado Más allá del bien y del mal (1886), es crear valores propios sin rencor, sin confrontación con normas ya existentes: es redescubrir la inocencia y el olvido del niño que dice sí a la vida (Así habló Zaratustra1883-1885).
En una filosofía de la libertad, Sartre se ve llevado a repensar la moralidad (El ser y la nada, 1943). El hombre mismo es el creador de lo posible y del sentido: ningún «valor» puede preexistirle. La única moral auténtica es, pues, la que consiste en asumir el hecho de ser libre, y en no sustraerse a la necesidad de tener que elegir siempre.
Perspectivas contemporáneas
El trauma causado por el genocidio judío ha influido mucho en la reflexión moral. E.Bloch (el principio de la esperanza1954-1959) muestra que el nihilismo, que sólo da al hombre el horizonte de la nada, es insostenible, aun cuando las circunstancias parezcan apocalípticas.
E. Lévinas, ampliando la obra de Husserl y Heidegger, cuestiona la voluntad dominante (Totalidad e infinito, 1961): los otros se resisten a mi poder, no oponiéndome un poder mayor, sino escapando siempre, a través de su subjetividad, a lo que yo pueda decir o hacer sobre ellos. El rostro del otro significa para mí, pues, la prohibición de matar. Por lo tanto, la moral se caracteriza esencialmente por un sentido de responsabilidad.
La reflexión moral contemporánea también se ha vuelto hacia un renacimiento del pensamiento antiguo y clásico. André Comte-Sponville (nacido en 1952), con, en particular, Pequeño tratado sobre las grandes virtudes1998; La sabiduría de los modernos (1998, escrito con Luc Ferry [né en 1951]).